Tenemos un problema: nuestra cabeza casi siempre está pensando en trabajo.
Es difícil apretar un botón y decir «basta por hoy».
¿Cómo podemos vender más?
¿Cómo hacer más con menos?
¿Cómo automatizar una tarea repetitiva?
¿Cuándo responder ese mail que quedó pendiente?
¿Cómo le anuncio a mi socio que necesito un descanso?
Lo mismo que cuando salimos de vacaciones.
Playa, mar, montaña y buena compañía. Sin embargo, nos toma algunos días entrar en clímax. La playa no se movió, pero nuestra cabeza sigue en el sistema. El contexto y las circunstancias son las ideales para disfrutar. ¿Qué hacemos pensando en el curro?
¿Cómo podemos hackear nuestro cerebro? ¿Cómo lo hacemos frenar?
¿Y si en cambio el trabajo nunca está terminado?
En el fondo, siempre habrá algo que hacer. Un mail, una detalle en la web o una presentación por realizar.
Pero si cambiamos el chip y vemos al trabajo como algo que no tiene un fin, entonces ya no valdrá la pena pensar en lo que nos falta, sino en apreciar lo que ya hicimos.
Ya no será falta apretar ningún botón para frenar.
Nuestra «cabeza» lo agradecerá.